18 may 2009

Cepillo de dientes


Hay amantes que exploran con arrojo, lengua y dedos; el relieve de la anatomía de su pareja; pero, una vez consumada la incursión, ¡cuidado si el uno se atreve a usar el cepillo de dientes del otro!
O matrimonios de años cuyos miembros no muestran reparo alguno en compartir la quincena, preferencias partidistas u oscuros secretos… menos esa intransferible herramienta de higiene cuyo uso por parte de terceros sin la debida autorización, es motivo de altercados y rupturas sentimentales.
El baño de la casa puede estar repleto de los cepillos pertenecientes a tías, primos o hermanos; pero si una persona no encuentra el suyo, preferirá enjuagarse con un buche de agua o pasarse la punta de los dedos por sobre la dentadura, antes de sucumbir a esa especie de relación incestuosa que representa usar el cepillo de dientes de un familiar. Una razón importante fundamenta el prejuicio: servirse de un cepillo dental ajeno constituye un sórdido trueque ya que, entre muchas otras cosas, los besos dados y recibidos por otra boca deben permanecer allí, en otra boca.
Soy un convencido de que dicho instrumento revela la idiosincrasia de la gente de manera más definitiva que un examen psicotécnico. Prueba de ello es que al inicio de una relación amorosa, todos practicamos la maniobra de estudiar con esmero de paleontólogo el cepillo de dientes de la media naranja potencial. En estos casos, y a diferencia de lo que opinan muchos, yo me inclino por los ajados y con las cerdas despelucadas por sobre aquéllos que lucen como nuevos, evidencia irrefutable de poco uso. ¡Ah! Y cuidado con quienes prefieren los modelos eléctricos o de pilas, que carecer de la disposición necesaria para girar la muñeca en pequeños movimientos por apenas dos minutos, encendiendo a cambio un motorcito que haga el trabajo, es muestra indubitable de flojera y zanganería.
Elegir un modelo es hoy una labor compleja porque constantemente se promocionan nuevos avances destinados a iluminar la sonrisa. Están los masajeadores de encías, con cabezal removible, los de mango ergonómico ajustado a la curvatura de la muñeca, los que sintonizan frecuencias AM y FM, o los de tipo viajero, que algunos conservan en su cartera o maletín para cuando decidan marcharse tener una excusa menos por la cual volver. Y es que así como una relación de pareja no muestra madurez y compromiso hasta tanto sus cepillos de dientes no compartan el mismo lavamanos, será éste el primer artículo a empacar cuando se rompe la alianza. Pero sin precipitarse, que el mayor espectáculo de soledad es un cepillo de dientes sin compañía en el tarro.
La ingratitud, no obstante, le aguarda a esta herramienta sin cuyos beneficios hasta el pronunciamiento de una gran verdad parecería un sucio fraude, casi una mentira: su exilio en una caja de madera, junto al betún de pulir zapatos, feo final para un utensilio de uso obligatorio antes de susurrar promesas mentoladas sin que asome imprudentemente algún rastro de perejil.

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